jueves, 30 de agosto de 2012

I.
El año pasado conocí a un joven estudioso que leía, sobre todo, libros de jóvenes escritores mexicanos. Para ello, buscaba en librerías, tianguis, ferias y ventas nocturnas. Varios libreros ya lo conocían, así que cuando llegaba un nuevo ejemplar del Fondo Editorial Tierra Adentro u otra editorial que publicara a menores de 40 años, lo llamaban y le ofrecían la nueva mercancía.
Con algunas cervezas dentro del cuerpo, empezamos a platicar al respecto y me externó una duda que le venía tras leer un buen libro de un joven escritor: ¿por qué tan pocos llegaban a publicar un segundo libro y luego un tercer libro y...? En aquel momento aventuré que se debía a que muchas veces el escritor ve en su primer libro publicado un paso certero a la fama, al reconocimiento, pero estos raramente llegan. "Después de que el libro está en librerías viene una avalancha de comentarios por parte de los amigos y familiares, pero puede pasar un mes, medio año, sin que salga una reseña del tomo", le dije un poco amargoso. "Hace poco alguien me decía que la mejor reseña, de las pocas que hubo, de su primer novela apareció seis años después de publicada. Ahora, imagínate", le dije a aquel muchacho, "como escritor esperas que a partir de ahí se abran las puertas, que se reconozca tu trabajo, pero al final te das cuenta que no elegiste bien a la editorial donde publicaste, o que no hubo la promoción que esperabas o que, simplemente, el libro no pegó. Entonces, supongo, viene una depresión terrible, pues aquello por lo que luchaste por varios años, escribiendo con la esperanza de que vendrían sólo cosas buenas, no se dio. Tu libro fue uno de los miles que se editaron ese año, tuvo un precio mayor a la de los bestsellers y sólo estuvo en las estanterías 15 o 30 días".
Creo que la cerveza ayudó a que cambiáramos de tema, y después de aquella plática, nunca volvimos a vernos.

II.
Leila Guerriero publicó unos días atrás un interesante artículo en El País: Los escritores y su primer libro. En él da a conocer el testimonio de varios autores quienes describen cómo fue el asombro al escuchar que al fin les publicarían: "Una voz dice algo en el teléfono, o una mano escribe un par de frases, y, al otro lado de la línea, del buzón, de la pantalla, un ser humano recibe el impacto con el cerebro paralizado por la euforia, con un vahído de felicidad o desesperación, porque la voz o el par de frases son el punto de llegada —y de partida— de algo que busca su destino desde hace meses, o quizás décadas, y ahora, al fin, después de que una cantidad de azares o insistencias hicieran su trabajo, la llamada o las frases vienen a decir estimado, aunque a usted no lo conoce nadie, aunque no ha publicado nunca nada, hemos leído su manuscrito y se lo vamos a publicar. El vahído y el impacto y la parálisis eufórica se repetirán, después, con variaciones. Pero nunca —nunca— como en ese punto de la existencia en el que un escritor inédito recibe la noticia de que alguien lo publicará por primera vez".
Después vienen los testimonios de quienes dicen que el primero fue el libro que los marcó o del que actualmente se avergüenzan o el que les abrió las puertas o..., pero poco dicen qué pasó después, entre el primer libro y el segundo, la escritura y publicación del segundo. Qué pasa cuando se tiene el libro entre las manos y no se sabe si leerlo o dejarlo reposar, en que no se sabe si escribir de inmediato otro libro o dejar que los sentimientos se estabilicen. Ninguno de esos autores dice cómo hicieron para tener el valor de sentarse e intentar escribir otro libro aún cuando no se sabe cómo le fue al primero.
Jaime Mesa, en su columna de la revista Crítica, habla un poco al respecto, de ese vacío que llega y se instala en la vida del escritor entre un libro y otro, entre la publicación de un libro y la escritura del siguiente, de esa parte de la que no hablan los manuales de escritura, ni dan clases en las escuelas para escritores, que es cómo sobreponerse al primer libro (segundo, tercero, cuarto...) tras el cual uno comienza a creerse escritor pero nada se lo confirma. Ese instante en que no basta ir a encuentros de escritores, presentar el libro, dar entrevistas, pues siempre se siente que no se es suficientemente escritor, que siempre faltan páginas por escribir, historias por contar.
A veces tomo como ejemplo a un amigo muy querido, quien con su libro 13 logró colarse en las listas de los mejores libros del año. En esas mismas listas había algunos primeros libros de otros jóvenes, pero también el libro del "autor conocido" editado ese año.
Más allá de la calidad de unos y otros, tomo ese ejemplo porque pienso que él, mi amigo, lleva "muchos" libros antes del que lo está "consagrando" (por llamar de alguna forma a ser apreciado por los críticos, porque su nombre esté en boca de otros escritores, porque empieza a ser reocnocidos por las editoriales importantes-comerciales). Entonces vuelvo a mí y pienso en mi única novela y en que hay que seguir escribiendo para ir haciendo camino...

III.
Fui al Colmex, a su biblioteca, a dejar unos libros. Recordé que años atrás había soñado con estudiar un posgrado ahí, pero también pensé que la vida me había llevado por otro camino. De regreso a casa comencé a escuchar un fragmento de Soldados de Salamina en voz de Javier Cercas y de pronto, como si todo lo anterior hiciera un clic, tome consciencia de que ese proceso (gracias a Dios) al parecer le ocurre a muchos. Dice Cercas:
"...En realidad, mi carrera de escritor no había acabado de arrancar nunca, así que difícilmente podía abandonarla. Más justo sería decir que la había abandonado apenas iniciada. En 1989 yo había publicado mi primera novela; como el conjunto de relatos aparecido dos años antes, el libro fue acogido con notoria indiferencia, pero la vanidad y una reseña elogiosa de un amigo de aquella época se aliaron para convencerme de que podía llegar a ser un novelista y de que, para serlo, lo mejor era dejar mi trabajo en la redacción del periódico y dedicarme de lleno a escribir. El resultado de este cambio de vida fueron cinco años de angustia económica, física y metafísica, tres novelas inacabadas y una depresión espantosa que me tumbó dos meses en una butaca, frente al televisor".
A Cercas lo conocí ya no recuerdo cómo, pero sí que cuando leí El inquilino supe que si quería ser escritor (cantaleta que había reiterado por cinco o 10 años) debía ponerme a escribir y no dejar que otro viniera a ocupar mi lugar o a escribir lo que yo deseaba. Así, cada que decaían mis ánimos por escribir la novela que entonces tenía en mente, volvía a Cercas y tras leerlo iba de inmediato a la computadora y continuaba con la historia que no me abandonaba.
Tal vez por eso mi inconsciente me hizo escuchar a Cercas justo en este momento, porque necesitaba recapacitar para que al despertar de madrugada tomara la computadora y me atreviera a meterle mano a esos cuentos que han reposado en mi cabeza y en la laptop. Hoy, al menos, amanecí con ese ánimo y volví a escuchar ese fragmento de Soldados de Salamina, pues a falta de un maestro que me indique el camino sigo confiando en los libros como remedio para estas crisis.

IV.
Recuerdo esa frase de Pedro F. Miret en Insomnes en Tahití : "El arte no es un filete que se puede pedir 'termino medio' o 'bien cocido' según el gusto del cliente. Hay que dar libertad al cocinero y estar preparados a que nos lo pueda servir quemado algunas veces".
Sigamos entonces cocinando, antes de que el aceite se enfríe.

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